jueves, 6 de octubre de 2011

¿Cuanto estás dispuesto a conocerte por amor?


Recuerdo que de adolescente, era un chico tímido y solitario. Solitario pero sin saber vivir solo. Así que en cuanto me dejaba la novia, tardaba medio minuto en emparejarme con la primera que me decía ojos negros tienes. Aunque no me atrajera mucho, se convertía  en la mujer de mi vida. Era suficiente que se hubiera fijado en mí, para asirme a ella abandonando mi célibe soledad. Claro, así me fue. Tuve tantas relaciones como fracasos sentimentales.

Mi primera novia duró de la tarde del sábado a la mañana del domingo. Me utilizó para dar celos al chico que le gustaba, lo consiguió y años más tarde se casaron. Me partió el corazón, pero aprendí lo maravilloso que es enamorarse perdidamente y lo duro de que te desprecien. Comencé a comprender que esto del amor no era un camino de rosas. Bueno si, de rosas con espinas.

La lectura de La vida sale al encuentro me marcó de tal forma, que sin saberlo buscaba en la vida real, la imagen idealizada de una chica que no existía nada más que en mi mente y en la del autor de la novela. Así que sin saberlo, por más que buscaba una chica  sensible, dulce y bella como la del libro, esta no aparecía. En cuanto intimamos la princesa idealizada se convertía en  Fiona de Shrek, tan real como vulgar. O al menos así me lo parecía en aquellos momentos.

Yo me recuerdo como un chico idealista, servicial y sacrificado que se  reflejaba en Ignacio, el protagonista.  Sin embargo, poco más tarde las hormonas se fueron adueñando de mis principios. La lucha entre mi cuerpo y mente era titánica, pero al final, por muy romántica o platónica que pretendiera la relación, el instinto decidía por mí.

Total que me pasé desde los trece hasta los veintitrés años, dando palos de ciego para descubrir lo que es una mujer y eso que llamamos amor. Al cabo del enésimo fracaso, descubrí que el problema no estaba en las chicas, sino en mí, un tipo solitario que no sabía vivir solo, a la vez que no aceptaba a su pareja tal y como era, pretendiendo cambiarla a imagen y semejanza de un prototipo de novela. Vamos, un perfecto capullo, incapaz de evolucionar a crisálida.

Tras una dura separación, después de cinco años de convivencia en pareja, descubrí que el problema no estaba en las mujeres sino en mí. Que antes de comenzar la búsqueda otra vez, debía encontrarme a mi mismo, conocerme. Que la salida no estaba fuera, sino en el interior. Que  comunicarme  conmigo mismo, era tan importante como la comunicación con los demás. Que siendo muy importante tener una vida social activa, era igual de importante disfrutar de los momentos de soledad, aprovechándolos para conocerme mejor y saber gestionar mis emociones, mis  actitudes, y  en definitiva mi vida. Descubrí que si esto lo conseguía, sería una persona atractiva para cualquier mujer. Que en un momento pudiera darse lo de  “Andrés, te quiero por el interés”, pero si no existe lo primero, la convivencia a medio y largo  plazo estaría condenada al fracaso, porque hoy ya no aguanta nadie a nadie por interés, más que el tiempo justo y necesario para el divorcio.

P, un conocido del Club me comentaba este verano que a sus treinta y tantos años se le está pasando el arroz. Sus padres le achuchan para que se eche novia y se case. Y él que se lo pasaba pipa con sus ligues bailando salsa, ahora busca desesperadamente la horma de su zapato, sin encontrarla por más que ha recorrido media provincia de discoteca en discoteca. 


Es muy exigente en los aspectos superficiales, sin percatarse que cualquier mujer eso lo huele a kilómetros de distancia. Que una cosa es ser bailón y divertido, y otra es la estabilidad, la serenidad, la capacidad para ponerte en lugar del otro, lo amueblado que tengas el coco, y tantas cosas que hacen que funcione la pareja una vez pasada la calentura del enamoramiento.

Conforme le escuchaba, recordaba los diez años que anduve como él. Sus pretensiones, su autismo y falta de capacidad para ponerse en el lugar del otro, le llevan a concluir con la frase “es que la calle está muy mala”. Y es cierto que lo está, pero mucho menos para los que se entregan de verdad. Para los que son capaces de reconocerse en sus errores e intentan enmendarlos. Para los que son capaces de escuchar e intentar comprender a la persona que tienen enfrente, aceptándola tal y como es.

No auguro éxito cercano a  P. Aún no se ha dado cuenta que su principal enemigo para alcanzar lo que desea, son su autolimitaciones. Pretende obtener un resultado distinto, haciendo lo mismo de siempre. Bueno,  ha contado su problema a un semidesconocido en la orilla de la playa, no está mal para empezar.  Él sabe que algo debe cambiar, pero lo busca en aspectos nimios y superficiales sin darse cuenta que debe empezar por conocerse a si mismo. Que debe cambiar sus actitudes egoístas y ególatras de niño pequeño.


Si es capaz de conocerse a si mismo y actuar en consecuencia, ello le facilitará  enormemente el camino para alcanzar lo que desea. Formar una pareja con un proyecto de vida en común. 
Casi ná.

1 comentario:

  1. Tus vicisitudes me recuerdan mi adolescencia y juventud, con la salvedad de que, por mi extrema timidez, no tuve ligues.
    Cuando maduramos aprendemos a valorar al otro sexo más por sus cualidades que por su apariencia física. Y a tener pareja por motivos mejores que huir de la soledad.
    Buscar novia o novio por ello o porque se nos está pasando el arroz es un billete a la estación Fracaso.
    Decía Sócrates (esto es ya solo por sonreír un poco) que si el hombre encuentra una buena mujer, cásese. Si tiene suerte, será feliz y, si no, se convertirá en filósofo, lo cual tampoco es algo malo.

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