Un tal
Felipe dijo una vez, que no envió sus naves a luchar contra los elementos. Hoy
nos ha ocurrido lo mismo, teniendo que luchar contra un viento que por el puto
efecto Venturi, aumentaba su velocidad al entrar en el Cañón del río Luchena,
haciendo honor al nombre del pantano que hay en su cabecera:
Valdeinfierno. Este nombrecito viene
como anillo al dedo para definir nuestro discurrir por un precioso Valle
convertido por mor de los elementos, en un infierno.
Las casi tres
horas que nos costó cruzar dicho cañón fueron un infierno, ya que al viento se
le unió una lluvia que nos caló, literalmente, hasta los güevos. Para más inri, arrastrábamos
dos toneladas de tierra arcillosa pegadas inmisericordemente a nuestras botas,
creciendo y creciendo hasta tropezar una con otra, de tal cantidad de arcilla que llevábamos
adherida.
Y para
redondear la faena, dimos dos barrigazos en sendos resbalones sobre unas rocas que parecían de vaselina. No sé cómo, resbalé panza bajo hasta dar con la cara y manos en una charca. Me levanté
rápidamente con las rodillas y manos magulladas, y entonces pensé: ¡Menos mal
que no ha venido la amiga que invité! Y a continuación me acordé que el
oftalmólogo me dijo que hiciera “vida normal” sin movimientos bruscos con la
cabeza. Total que ya no sabía si eran las gafas empañadas o era el golpe lo que
me nublaba la visión. Afortunadamente fue la lluvia.
El cañón se
alargaba hasta la desesperación, y hoz tras hoz no veíamos el final. La hora prevista se había convertido casi en tres. Lo último que nos faltaba fue, encontrarnos una enorme roca en medio del barranco.
No veíamos forma de sortearla, ya que mojada resbala como el hielo. Total, que mi
compañero me empujó donde la espalda pierde su honorabilidad, y con tal de no tener que
desandar lo tan penosamente caminado, conforme empujaba pensé “prefiero barcos
sin honra” y no sin dificultad me encaramé como un reptil encima de ella. Luego el Cristo, fue ayudar
desde arriba a mi compañero. Afortunadamente sobrevoló la dichosa roca.
Cuando
llegamos al embalse, hacía tanto viento y con las ropas empapadas teníamos tanto frío, que sin
pararnos hice unas fotos, tomamos una barrita energética con un plátano y
continuamos ascendiendo hasta el Collado de los Maderos en la Sierra del
Pericay.
El sol
comenzó a salir tímidamente y con el fuerte viento fuimos secándonos a la vez que disfrutamos del
paisaje, momento que vino a la memoria la frase de un amigo: “En la montaña cuanto más peor, mejor”. Así pensaba yo antes de ayer, y si se presenta una jornada épica como la de
hoy, bienvenida sea, pero de un tiempo a esta parte prefiero seguir el consejo de otro buen amigo que me dijo:
"Cristóbal, no descubras mundos nuevos que te cortaran los huevos".
Así que a
estas alturas de la vida prefiero barcos con honra, disfrutando la naturaleza
un día fresquito, limpio y soleado.