
Los hombres son los únicos seres vivos que entierran a sus muertos
Llevamos repitiendo este ritual desde la noche de los
tiempos. Nuestras vidas están
condicionadas por la creencia en otra vida
más allá de esta. Fenómeno universal presente en todas las religiones, que viene a mostrar nuestra
incapacidad para aceptar la muerte como el definitivo final de nuestra
existencia.
El día 1 de noviembre se conmemora la
festividad de Todos los Santos, vestigio de nuestras costumbres
más ancestrales, reflejo de un desesperado afán por
retener la memoria de los seres queridos, de perpetuar en la muerte el status
social mantenido en vida, mediante los sepulcros, las inscripciones y las imágenes que recuerden el nombre y clase social del difunto. Gracias a ello, la
arquitectura, la escultura, la pintura y en definitiva el arte, se da la mano
con la muerte.
No por Todos los
Santos visito la tumba de mi padre. No necesito hacerlo para
reencontrarme con él. Está en mi pensamiento y mis actos. Sin embargo cada año, sí que regreso al
Cementerio de Santa Lucía, donde no tengo
ningún muerto. Lo hago como mero espectador, sin la congoja de la pérdida
reciente de un ser querido, y una vez que todos han honrado la memoria de sus
difuntos y cumplido el ritual floral, paseo disfrutando del arte Modernista, rememorando la
historia de tantos insignes cartageneros, y comprobando cómo su trazado inspirado en la “ciudad
ideal” diseñada por Vitruvio, no es más que un reflejo de la Cartagena de los
vivos, donde las calles centrales tienen los edificios más bonitos en los que
residen las clases más pudientes.
Estas incursiones en campo santo me sirven para
valorar en su justa medida lo que tengo y lo que soy. Gracias a ello no me importará dar
con mis huesos en una calle del perímetro, alejada de los
panteones de las familias Aguirre, Crespo, Dorda, Celestino Martínez y Martinez
Muñoz, o de las esculturas de las
familias B. Meca y de J. Álvarez del Valle, realmente espectaculares.