lunes, 27 de febrero de 2012

La Sagra. Donde todo empieza


Desde que la ascendí por primera vez, La Sagra es para mí, una montaña mágica, quizás sagrada. Porque me atrae con tal magnetismo, que como devoto feligrés, acudo todos los años a su encuentro. Y por más veces que regreso a ella, cada año su ascenso es  singular y apasionante, único e irrepetible. Quizás se deba a que yo no sea el mismo, o porque mis compañeros y sus circunstancias tampoco. Pero la atracción de esta montaña, es única.

La Sagra fue mi primera gran ascensión. Era muy joven. Inicié el viaje en una destartalada furgoneta a las cuatro de la madrugada. Fueron casi cinco horas de viaje, vía Lorca, La Paca, La puebla, por unas carreteras endiabladamente malas. El acceso hasta los Collados era por una pista pésima. No existía el hotel, sólo la casa abandonada. Conducía con guantes, pasamontañas y una manta tapándome las piernas, ya que la furgoneta no tenía calefacción y si muchas aberturas por las que se introducía el frío.

Inicié la ascensión to tieso parriba, sin un plan preconcebido. Tardé poco en dar con el aún desconocido "embudo,". Iba sólo, con tenis, sin mapa ni equipo. Ahora que lo escribo, pienso ¡qué atrevida es la ignorancia! y qué fuerzas te da la ilusión por algo en la juventud.

Tras una cómoda aproximación al ver los primeros farallones pensé, debe faltar poco. Pero cuando los sobrepasé,  me encontré con la enorme e inclinada pedrera del embudo. Me impresionó su pendiente. Inicié su ascenso  en la creencia que al final del mismo encontraría la cima. Lo hice resoplando ya que con las piedras sueltas subía dos pasos y descendía uno. Posteriormente descubriría vías más cómodas.

Cuando sobrepasé la dichosa pedrera, aluciné al comprobar que ¡allí no estaba la cumbre! Que había otra montaña más por encima mía. Un tanto acojonado por la magnitud de la montañita, proseguí, creyendo que esta vez sí, al llegar hasta donde alcanzaba mi vista, estaría la cumbre. Y No. La cima no estaba allí, pero si el collado desde donde ¡por fin! divisé el mojón en el horizonte.

Acostumbrado a subir los montes de Cartagena, la Sagra me pareció como haber subido tres Roldanes juntos. Y es que sin ser ninguna cosa del otro mundo, tiene su punto, ya que es la puerta de entrada a la alta montaña. No tanto por los 900 metros de desnivel a superar, como por tener que hacerlos a partir de los 1500 metros de altitud, ascendiendo hasta los casi dos mil cuatrocientos, y tener que superarlos en un trayecto de poco más de dos kilómetros.

En posteriores ocasiones, echaba carreras con los amigos en el descenso por la pedrera. La última vez que lo hice, en el 2006 salí volando literalmente. Eché la carrera con Antonio, actual Vocal de Carreras por Montaña. Cada vez que llegaba a su altura y parecía que le iba a adelantar, el tío aceleraba más. Viendo que se acababa la pedrera y este me ganaba, intenté el triple salto y ¡Por fín conseguí sobrepasarle! eso sí, volando literalmente, dando una voltereta de campana en el aire. Al pasarle de tal guisa, instintivamente intenté agarrarme a él, pero hizo un quiebro en plan Matrix y esquivó mis aterrorizadas manos. Recuerdo perfectamente el pánico en su mirada. Ahí tomé conciencia de la gravedad del vuelo que finalizó con un monumental testarazo del que la mochila me salvó. El saldo fue un cardenal en la pierna y un siete en el pantalón. Ahí terminó la carrera. Ganó él, por los puntos. Y afortunadamente, yo también gané, pero por los puntos que no me tuvieron que dar en la enfermería.

Estos últimos años, el reto no ha sido subir por esta o aquella vía, sino que la asciendan el mayor número de compañeros. Y cuando esto ocurre, aunque hayas realizado más de veinte ascensiones, conforme voy llegando a los Collados de la Sagra y veo el Embudo y la Pedrera con esa imponente vertical, pienso ¿por ahí vamos a subir y descender? Si parece una vertical suicida. Instintivamente trago saliva, gesto serio, los ojos como platos y una pequeña congoja ante el reto, son las señales que transmite mi organismo, al que se le acaban de encender todas las luces de alarma. Comienza la tensión justa y necesaria para la ascensión. La música de fito suena, Todo empieza cerca del final.