Hace un año por estas fechas llegó el momento de realizar las excursiones previas para el siguiente programa de senderismo, de forma que tenía que andar sí o sí. Consultada mi rodilla, vi que había más voluntad que poder real de hacerlo, así que me agencié una bici, diseñando rutas senderistas que fueran ciclables.
En tanto, comencé a utilizar la bici como medio de desplazamiento en mi vida diaria. Viendo que circulando por las aceras era un peligro peatonal, decidí correr el riesgo de ser yo el atropellado, lanzándome a la calzada como cualquier vehículo a motor, redescubriendo al ogro que llevamos dentro tanto conductores como ciclistas.
Gracias a la bici, he descubierto que cuando me tocan el pito me irrito, y mucho. Que el monstruito que llevo dentro no lo tengo tan domesticado como creía, hasta el extremo de no reconocer al energúmeno que se apodera de mí, enfrentándome al conductor de turno con palabras y gestos soeces que me avergüenzan una vez pasado el lance.
Mientras los conductores de vehículos en su mayoría, en carretera adelantan a las bicis de forma respetuosa; en la ciudad, especialmente a la salida del trabajo, se convierten en unos descerebrados que te pasan rozando el manillar, algunos acompañándolo de un bocinazo para que te apartes aún más. Como si en su casa no le fueran a guardar el plato de la comida o cena.
En una ocasión le hice la peineta al conductor que tras adelantarme peligrosamente dos veces en el carril Taxi-Bus de la Alameda, a modo de despedida me bocinó en la rotonda del Escudo porque no le había dejado adelantar una tercera vez, al colocarme en el centro del carril. El asunto no pasó de ahí. Bueno, mandó recuerdos para mi madre cuando le pregunté si su permiso de conducir lo había robado.
En otra ocasión, mal entré en la rotonda del muelle de Santa Lucía, rotonda muy amplia, con dos enormes carriles. El caso es que nada más entrar, un 404 que ya circulaba por ella, cuando pasa a mi altura pega un bocinazo que casi me tira del susto. ¡¡GILIPOLLAS!! Le grité con mucho sentimiento, con el pitido aún metido en el cuerpo. Él, pegó un frenazo y bajó la ventanilla imprecando frases tan poco ocurrentes como mal sonantes, deseándome todo tipo de desdichas, a lo que le contesté con sorna: Confirmado eres gilipollas.
Lo que ocurrió después resultó tragicómico, el tío siguiéndome Cuesta del Batel para arriba, diciéndome de to menos bonico, y yo respondiendo ¡Eres gilipollas y no te das cuenta! Total, que el conductor, cansado de repetir y oír la misma monserga, en la siguiente rotonda dio la vuelta y se fue por el Batel cuesta abajo. Eso sí, la última palabra tenía que ser suya. Y a lo lejos me gritó ¡Que sepas que eres un hijoputa!
No sé si por esas casualidades de la vida, tú, estimado lector resultarás ser uno de estos dos conductores. Te pido disculpas sinceramente y te hago saber que ahora controlo mejor estos arrebatos. Tomo aire profundamente, me muerdo la lengua y cuento hasta tres, aún a riesgo de envenenarme. Luego pienso que habrás tenido un mal día, que el jefe te habrá machacado, que tu mujer no te da bola, que tu economía está chunga, que… te comprendo.
No obstante debes saber que aunque no te responda, cuando me toques el pito pensaré que además de desgraciado, eres gilipollas.
GILÍ. adj. fam. Tonto, lelo.
POLLA. f. Gallina joven que aún no pone huevos.
GILIPOLLAS. Aprendiz de tonto. Tonto cobarde.